Sustancia de locura

La bebida formaba parte de su plan y, como no estaba acostumbrado a ella, Christopher notó enseguida sus propiedades sedantes. Subió al cuarto de baño y abrió el botiquín. Penny siempre tenía sedantes flojos allí, y puede que también sedantes fuertes. Christopher encontró cuatro o cinco frasquitos de vidrio que tal vez le irían bien, algunos de ellos caducos ya, quizá, pero no importaba. Tragó seis u ocho píldoras, las regó con whisky yagua, procurando pensar en otra cosa -su aspecto- mientras lo hacía, no fuera a vomitar al pensar en todas las píldoras.


Ante el espejo del recibidor de abajo se peinó y luego se puso su mejor chaqueta, una de tweed bastante nueva, y siguió tomando píldoras y bebiendo whisky. Los frasquitos vacíos los tiró descuidadamente a la basura. Flora, la gata, le miró con sorpresa cuando chocó contra el aparador y cayó sobre una rodilla. Christopher volvió a levantarse y, metódicamente, dio de comer al gato. En cuanto a Júpiter, podía pasarse sin una comida.

Flora maulló igual que siempre, como dando las gracias, antes de atacar la comida.

Luego Christopher se abrió paso, palpando las jambas de las puertas, casi arrastrándose por los peldaños, hasta la senda del jardín. Cayó una sola vez, antes de llegar a su meta, y entonces sonrió. Louise, aunque con los bordes borrosos, permanecía sentada con el mismo aire de dignidad y confianza. ¡Estaba viva! Le recibió con una sonrisa.

- Louise -dijo Christopher en voz alta y con dificultad se acercó y se dejó caer sobre el banco de piedra a su lado. Tocó la mano fría, firme de Louise, la mano que estaba extendida con los dedos ligeramente separados. Seguía siendo una mano, pensó. Fría, pero sólo a causa del aire de la noche, quizá.

Al día siguiente el fotógrafo y el periodista le encontraron caído de costado, rígido como el maniquí, con la cabeza en el regazo azul marino.

Sustancia de locura, Patricia Highsmith

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