El infinito viajar



Regresamos a casa. Muchos amigos me preguntan cómo es que no me canso viajando tanto y tan a menudo hasta lugares tan lejanos. Donde nos cansamos es en casa, en nuestra ciudad y nuestro mundo, machacados por afanes y deberes, traspasados por mil flechas cotidianas banalmente venenosas, oprimidos por los ídolos de nuestra tribu. Además, es en casa donde nos juga­mos, para bien y para mal, la vida, la felicidad y la infelicidad, la pasión y el destino. El viaje, aun el más apasionado, siem­pre es pausa, fuga, irresponsabilidad, reposo respecto a todo auténtico riesgo. Volvemos, pues, a casa, al mundo adulto, gra­ve, acosador. Algunas veces, como el protagonista de Mua Gi, la película de Dang Nhat Minh, no querríamos crecer sino empe­queñecer, escondemos acaso -como los gnomos de los cuentos de hadas bajo los hongos- debajo de uno de esos amplios som­breros vietnamitas que, debidamente, nos llevamos a casa de re­cuerdo.

Claudio Magris, El infinito viajar

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